Jerusalén
¬ Mauro Benites G. miércoles 20, Dic 2017Municiones
Mauro Benites G.
Jerusalén, ahora capital de Israel, por capricho del inefable presidente Trump, y claro, con su fondo de estrategia de negociación para presionar a los países árabes a ceder posiciones de los palestinos, reactivando el peligro de confrontación judío-árabe, que data de hace siglos.
Ya en 1947, los británicos no tenían la voluntad de tratar de resolver un problema, que en gran medida habían creado ellos mismos.
El mandato británico para controlar Palestina había tenido por resultado una situación incontrolable. Remitieron el problema para su solución a las Naciones Unidas. El resultado fue la creación de un Estado judío separado (Israel) mientras que el resto de Palestina se incorporó a lo que se conocía como Transjordania o, en el caso de la pequeña Franja de Gaza, a Egipto.
Palestina dejó de existir, excepto en las cabezas y los corazones de los hombres. Una sucesión de guerras entre Israel y los árabes en 1948, 1956 y 1967 -cada una ganada por Israel- determinó que toda la tierra que antaño fuera Palestina cayera bajo el control total y absoluto de Israel. En 1970, los 24 mil judíos de 1878 se habían transformado en cerca de 3 millones. Bajo el control absoluto y total de Israel se hallaban un millón y medio de palestinos. Otro millón de palestinos había sido forzado a abandonar su patria. Matanzas de palestinos como la de Deir Yassin condujeron al primer éxodo en masa en 1948. Un segundo éxodo con la masacre de Shatila tuvo lugar después de la guerra de 1967.
Pese a la propaganda, los palestinos que en 1970 todavía vivían en Israel, en la Franja de Gaza y en la orilla occidental, no constituían una amenaza seria para las fuerzas ocupantes. Eran los palestinos y sus aliados lejos de su control absoluto lo que preocupaba a los sucesivos gobiernos israelíes.
Desde 1948 hasta su aplastante derrota de 1967, el mundo árabe no había podido decidir si la lucha para recobrar Palestina debía tener o no procedencia respecto a los objetivos revolucionarios de sus respectivas ideologías nacionales. La guerra de 1967 aclaró dramáticamente su pensamiento colectivo. La recuperación, no ya de Palestina, sino de los territorios nacionales perdidos en la guerra, se convirtió en el objetivo primordial de algunos países árabes. El interés propio es una motivación muy poderosa. Sin duda, el hecho de que cierto número de países árabes perdiera territorios importantes ha desempeñado un papel fundamental en esta nueva evaluación de los objetivos.
Egipto perdió toda la península del Sinaí con sus campos petrolíferos y la Franja palestina de Gaza, que había administrado desde la guerra de 1948. El ejército israelí estableció defensas a lo largo de la orilla oriental del Canal de Suez y luego destruyó con ataques aéreos las refinerías petroleras de Suez y otras ciudades egipcias en la orilla occidental del canal.
Siria perdió los Altos del Golán, en los que antes había construido su crucial sistema meridional de defensa. Las fuerzas israelíes sólo se detuvieron en Kuneitra por las protestas de las superpotencias cuando ya se hallaban a 80kilómetros, en terreno llano, de Damasco.
Jordania perdió la orilla occidental del río Jordán (o Cisjordania) y, cosa aún más devastadora para todo el mundo árabe, esta pérdida incluía la ciudad de Jerusalén, y, en consecuencia, su importante industria turística. Jordania se vio obligada, además a absorber a 350 mil refugiados palestinos de la orilla occidental.
La victoria israelí en todos los frentes produjo una desesperación y una desilusión completas entre los árabes, que había confiado en el armamento soviético adquirido. Pero la abundancia de armas complejas, combinada con la incapacidad para usarlas, no lleva a la victoria.
Los vencidos estaban dispuestos a ceder importantes concesiones. Los vencederos nunca mostraron la menor magnanimidad en la victoria. Tras haber sido manipulados para que emprendieran una guerra que sabían que no podían ganar, el presidente Nasser de Egipto y el rey Hussein de Jordania demostraron luego que la falta de valor y decisión puede perder una paz tan fácilmente como una guerra. A cambio de recobrar sus territorios perdidos, ambos estaban dispuestos a reconocer a Israel su derecho a existir en paz y a usar el Canal de Suez y el estrecho de Tiran, y estaban dispuestos también a enterrar los derechos del pueblo palestino. Sus esperanzas y aspiraciones particulares quedaron sepultadas en la Resolución 242 de las Naciones Unidas con la afirmación de reconocer la capital de Israel. Palestina y su pueblo habían sido reducidos a un guetto.
Esta Navidad, Jerusalén, “Tierra Santa” deja de serlo para convertirse en tierra de confrontación. Que triste.