«Oda a la soledad», de Gisela Leal
Cultura martes 15, Ago 2017- Alfaguara
María Helena del Pozo de Rivera sabe muy bien lo que quiere y siempre lo ha conseguido. Suyos son el reino, el poder, la gloria: podría nadar en dinero, pues está casada con un poderoso empresario; es hermosa y refinada, ejemplo de buen gusto y alma de las fiestas. Además, para su absoluta dicha, tiene un primogénito en quien cifra grandes esperanzas: rebosante de cualidades, reales e imaginarias, Renato está destinado no sólo a dirigir el emporio empresarial creado por su padre, sino, con el tiempo, a convertirla en orgullosa abuela.
Nada es perfecto: María Helena tiene otro hijo, un potencial suicida… ¿Por qué Emiliano Rivera del Pozo quiere suicidarse? Porque perdió todo interés en el hipotético futuro. Porque este es un mundo inhóspito, propicio a la soledad. Porque le son indiferentes la opulencia, el poder, el brillo social. Porque, piensa, para sus padres, y en especial para su madre, nunca pudo ni podrá ser alguien más que el hijo invisible sobre cuyas cualidades sería un error tener expectativas.
La vida, que siempre tiene otros planes, cambiará los destinos de todos ellos en una sola, áspera noche de esta novela desbordante y adictiva.
Gisela Leal
Considerada en 2012 como la revelación literaria y el secreto mejor guardado de la literatura mexicana del año por su ópera prima El club de los abandonados (Alfaguara), publicó su primera novela con veintitrés años, después de participar en el Premio Alfaguara 2011 y resultado entre los finalistas.
En 2015 publicó su segunda novela, El maravilloso y trágico arte de morir de amor (Alfaguara), una obra cuya forma trata de romper con los límites literarios tradicionales y dentro de la cual caben un musical, otro libro y una conversación infinita entre dos almas solitarias. En julio de este año, Leal llega con su tercer novela, Oda a la soledad y a todo aquello que pudimos ser y no fuimos porque así somos (Alfaguara).
Gisela ha publicado relatos cortos en la revista literaria española EnÞe (Edicioìn 31: Menores de 25, 2012), así como en la revista-objeto de colección P Magazine (Vol. II, 2013). La autora ha participado en diversos foros de discusión en el Hay Festival Xalapa 2012. Leal, ahora de veintinueve, ha sido seleccionada como unas de Las 31 mujeres que amamos por jóvenes y poderosas de la revista Quién (2013) y Las 50 mujeres más influyentes de México por la revista CARAS (2015).
Fragmentos
En todo esto no solo estaba la seducción que hacer lo prohibido le provocaba; no hay que olvidar que en las mujeres existe un gen aún no descifrado por la medicina que las hace sentir una inevitable atracción hacia los hombres que las tratan mal, hacia los rebeldes sin causa, hacia los hijos de puta que solo son capaces de respetar a su santa madre y a sus hermanas porque, en su mente, estas son mujeres distintas al resto.
Volteó al cielo decorado de estrellas, entregó sus oídos al vaivén de las olas, se dejó arrullar por ellas y la brisa que corría al mismo tiempo que observaba detalladamente –endiosadamente– la cara de María Helena hasta quedar completamente hipnotizado por sus ojos que, iluminados por el fuego de la fogata y sus lágrimas de coraje, se veían más bellos y enigmáticos que nunca. Y lo hizo: todas estas fuerzas divinas –o el efecto de la mota y el alcohol, si queremos ser más realistas y menos románticos– convencieron a Luis para sentirse preparado de hincarse sobre la arena menos elegante de todas las playas mexicanas y pronunciar su sentencia de muerte: María Helena, ¿te quieres casar conmigo?
¿Cómo me callarías? Pinche vieja calientahuevos, pensaba Leandro mientras la tenía tan cerca que podía descifrar el olor del tequila y el ron que emanaba su boca. Como se debe: con una buena cogida, de esas que su muñequito no le ha dado en mucho tiempo. O nunca, le dijo a esa cara que cada vez tenía más cerca. Esto será suficiente para que esta niñita popis se deje de chingaderas, pensó Leandro. Pero la verdad es que, en esta ocasión, el muchacho subestimó las provocaciones de su vecina. Y justo cuando todo parecía indicar que nada inmutaría su cara de indiferencia y apatía, el simple sonido de su cinturón siendo desabrochado seguido por el de su zíper fue suficiente para que esto cambiara.
Él había conseguido tener a la mujer que quería, esa versión conyugal de su padre por la que se amoldó a la errónea idea de que, cediendo ante todos sus caprichos y deseos, la tendría contenta, ignorando que lo que ella necesitaba era todo lo contrario. Y ahora que ambos se daban cuenta de que haber conseguido eso que pensaban que completaría su idea de felicidad y plenitud no lo logró, ¿qué se suponía que debían hacer? Ahora que el feliz matrimonio que le daría total sentido a su existencia no hacía más que provocar un sentimiento de vacío, de falta, de esa soledad en compañía que no hace más que intensificar la tristeza, ¿para dónde corrían?
A Leonardo lo que le importaba era que todo eso haría de su hijo un niño seguro, con carácter, que sabe lo que quiere y lo que merece, y que –a diferencia de él– lo consigue. Y que eso lo haría feliz, al menos mucho más de lo que su padre lo fue siendo como era. Leonardo amaba a sus dos hijos, sí, la única diferencia entre su relación con uno y con otro era que uno era todo lo que a él le habría gustado ser y el otro le recordaba día a día, gesto a gesto, cada uno de los fantasmas que lo atormentaron desde su infancia.
Su vida no había sido perfecta, pero había sido suya, mucho más suya de la que otros pudieran considerarlo porque, buena o mala, le pertenecía a él, había sido construida a partir de él, de sus reglas y sus formas, contrario a su hermano o a su madre o a su padre, contrario a la mayoría de aquellos cuyo criterio estaba formado por tantos factores externos que terminaba siendo de todos, de cualquiera, menos de sí mismos.
Ya te dije que te calles el hocico, con una puta madre. Deja de llorar, pinche puto maricón. Furia: esa voz estaba llena de furia y odio y represión y frustración y miedos y daño y todo lo malo que el ser humano es capaz de causarle a otro ser humano. ¿De dónde mana tanto coraje? ¿Qué tuvo que haber sucedido para que la maldad se construyera tan sólidamente en esa persona?
Regresó su mirada al que tenía frente a él: verlo llorar de esa manera no hizo más que recordarle cuando él lo hacía, con la almohada pegada a la boca una vez que Agustín se salía de su cuarto para cómodamente regresar a jugar cartas. Era demasiado para él; no podía enfrentar de nuevo esa imagen y lidiar con esas visiones que lo transportaban de vuelta al momento en el que tenía el desagradable y obeso cuerpo de ese pinche puto frente a su boca de diez años. Never underestimate the damage of a tormented childhood.
¿Quieres independencia? Ahí la tienes; ve y haz con ella lo que se te antoje. Pero no quiero que vuelvas al paso de unos meses después de haberte enfrentado con la realidad; ni se te ocurra tocar las puertas de esta casa para pedir ayuda porque no la vas a recibir. Incluso la decidida de María Helena titubeaba ante estas palabras. Tal vez su marido estaba siendo un poco drástico con su decisión. Sin embargo, aun así permanecía callada.
¿Cómo pudo haberlo olvidado? ¿Cómo pudo permitirse tratar de vivir sin la constante presencia de un fantasma? ¿Cómo pudo cometer el terrible pecado de dejar eso atrás, de seguir caminando, de pensar que tenía derecho a vivir? ¿Cómo pudo pensar que su celebración podría ser más importante que la de un muerto? ¿En qué estaba pensando?