El laberinto de la soledad
Alberto Vieyra G. martes 8, Ago 2017De pe a pa
Alberto Vieyra G.
¿La XXII Asamblea Nacional Priísta busca un milagro para salvar al PRI de la inminente debacle electoral para el 2018?
¿Se trata de un acto gatopardista para refrendar la decisión y la voluntad del Presidente de la República?
¿Hacer que todo cambie para que todo siga igual, o simplemente revolcar la gata para dar lealtad y sumisión a la inidad? Se dice que, con la unidad del priísmo, el tricolor no será echado del poder.
Se habla de quitar candados para que cualquier militante o simpatizante priísta pueda lograr la candidatura presidencial. ¿Qué mexicano será capaz de lograr ese milagro, cuando la ponzoñosa partidocracia, pero sobre todo el PRI atraviesan por el peor descrédito y sobre ese partido se cierne el odio por los escándalos de corrupción e impunidad?
¿Quién será capaz de acabar con ese laberinto de la soledad priísta?
Mi colega, Fabrizio Mejía Madrid, en “Proceso”, escribió un espléndido artículo sobre ese laberinto de la soledad priísta:
“El laberinto de la soledad”, de Octavio Paz, no es un ensayo sobre “lo mexicano”, sino sobre el PRI. El autor jamás deslindó los dos porque él mismo estaba hundido en esa mentalidad, donde México es tan singular que merece ser lo único en que pueden pensar los mexicanos. Cuando digo “mentalidad” me refiero a la inercia de lo trivial. No existe, por supuesto, “lo mexicano”, sino un modo de dominación. Roger Bartra lo advirtió así en su respuesta a Paz, “La jaula de la melancolía”, que este año cumple 30 de publicada: “La definición de ‘lo mexicano’ es más bien una descripción de la forma en como es dominado y, sobre todo, de la manera en que es legitimada la explotación”. Es la mitología del sometimiento, que viene de Samuel Ramos y de José Vasconcelos: el relajo, la desidia, el fatalismo, el complejo de inferioridad, el resentimiento, el valemadrismo, el sentimentalismo, caben en el uso de las máscaras, la Conquista española narrada como complejo freudiano –y su redención en la Virgen de Guadalupe– y en burlarse de la muerte. Apunta Bartra: “La indiferencia ante la muerte del mexicano es un mito que tiene dos fuentes: la fatalidad religiosa que auspicia la vida miserable y el desprecio de los poderosos por la vida de los trabajadores”. Toda la construcción de este peculiar “mexicano” abona a la obediencia indisciplinada, a la apatía miedosa, el desgano predestinado y, últimamente, al “todos son iguales” y la imposibilidad de la política, el futuro y el valor de las palabras. Morirse calladitos es la demostración del desaliento sometido.
La mentalidad priísta se nutre, además de “lo mexicano”, de una idea de sociedad indivisible con la que se topó. Con la Independencia y el caótico siglo XIX, la élite fue construyendo una idea del Estado que no era, como se suponía, un pacto entre ciudadanos, sino un orden corporativo hecho de distintos grupos que se iban acomodando. Así, los ciudadanos no eran iguales entre sí a la hora de votar ni ante la ley, sino en función del lugar jerárquico que ocupaban. El Señor Presidente, antes que simplemente un tirano, era el sujeto con la mejor posición jerárquica para ordenar a los demás y adjudicar decisiones y recursos. Una de las ventajas que tenía su posición era la de tener un horizonte de visibilidad más grande que el resto, por mirarlo desde la cima. ¿Cuántas veces no escuchamos que el partido o el Presidente velaban por el “interés nacional”, cuando en realidad perjudicaban a la mayoría? Eso dice Fabrizio, pero yo me pregunto: ¿Tiene todavía salvación el PRI? Aquí se lo diré mañana.