José Luis Cuevas in memoriam
Mauricio Conde Olivares miércoles 5, Jul 2017“Hora 14”
Mauricio Conde Olivares
Mi tío abuelo, Ramón Sosa Montes, orgullosamente les comento, fue director general del Taller Pictórico del gobierno federal mexicano adscrito a la Secretaría de Educación Pública cuando los grandes muralistas nacionales se comieron a tarascadas gigantes al mundo; le tocó en su calidad de artista del pincel y el óleo, acompañar a Diego Rivera, a David Alfaro Siqueiros y a José Clemente Orozco a la Unión Soviética, pero también a los Estados Unidos, Latinoamérica y Europa.
Así, nuestros muralistas dejaron su legado cultural y artístico regado allá donde nunca se pensó podían haber llegado, pues en la época iniciada a principios del siglo XX, el muralismo mexicano fue una de las corrientes artísticas más importantes de nuestro país.
Siendo Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco los principales representantes del pintoresco movimiento, su propósito era hacer llegar e inculcarle al pueblo mexicano, no tomando en cuenta raza o clase social, la historia del país por medio del uso de paredes internas y externas de edificios públicos como lienzos para transmitir dichos mensajes.
Otros reconocidos pintores pertenecientes a este movimiento son Rufino Tamayo, Roberto Montenegro, Federico Cantú y Jorge González Camarena, pero después de años de lustre y reconocimiento internacional a los muralistas mexicanos llegó el “enfant terrible” del arte mexicano, José Luis Cuevas.
Significó para la cultura del país un cambio drástico de la forma de ver la vida política, cultural y social de México, y como en un parto apresurado representó un profundo dolor traumático entre el status quo que los grandes sostenían y la mordaz, dada la aguda crítica que encabezaba Cuevas desde su obra contemporánea a todas luces.
No está por demás recordar que en París expuso el «enfant terrible» del arte mexicano, tan solo el año pasado, justo por estas fechas. Fueron 51 litografías, serigrafías y grabados del artista mexicano José Luis Cuevas, que aún mostraban su evolución artística entre los años 1962 y 2000 desde una perspectiva íntima y familiar.
Esta exposición del «enfant terrible» (niño terrible) del arte mexicano de la segunda mitad del siglo XX retrató una historia creativa y familiar.
Se trató de una herencia artística e intelectual del pintor y su esposa, Bertha Riestra, a sus tres hijas.
Al respecto, Mariana Cuevas dijo: «Uno camina por la historia de esta familia. La exposición empieza en 1962, año en el que mis padres se casan, y termina en el año 2000. Un año sentido para nosotros porque es cuando mi madre fallece».
La exposición dio inicio con un pequeño retrato llamado «Mariana dibujando» (1967), exhibido y protegido como si de una reliquia se tratase.
«Ese pequeño retrato lo hizo mi padre cuando yo tenía 7 años, lo he conservado durante toda mi vida», aseguró su hija.
El viaje cronológico continuaba con la serie de autorretratos «Cuevas con Cuevas, Recollection of Childhood», en los que se apreciaba la gran influencia de la literatura, en especial la del escritor ruso Dostoievsky.
Un autorretrato del escritor en blanco y negro, con trazos fuertes y definidos, dejaron muestra de ello.
También se inspiró en escritores hispanos. La litografía «Desde el fondo del tiempo» (1976) recogió unas letras escritas por el propio Octavio Paz: «Desde el fondo del tiempo, desde el fondo del niño, cada día José Luis dibuja nuestra herida».
Los años setenta asombraron al espectador en París con la serie de litografías «Cuevas comedies», entre las que destacó «El Gigante» (1971), que como su nombre lo indicaba abarca prácticamente una de las paredes, de arriba abajo.
El recorrido a través de los años ochenta estuvo marcado por su «Homage to Quevedo» y «Serie Catalana», rastros de la influencia española.
No sólo se trató de un recorrido cronológico sino geográfico, por los sitios en los que vivió, como España, California, Nueva York y Francia.
Fotografías del cubano Jesse Fernández permitieron ver con nitidez al artista a través del mundo. En particular su estrecha relación con el país de Victor Hugo.
Los años 90 exhibieron grabados emblemáticos como «Caja China II» (1991). El 2000 cerró la exhibición con la obra «Autorretrato con Bertha», que fue iluminada con luz tenue en recuerdo de su esposa, fallecida ese mismo año.
La retrospectiva, que se propuso «mostrar la fuerza» del artista a nivel sentimental y como «gran grabador», en palabras de su hija, fue un éxito.
Cuevas, de 85 años y quien al final de su vida residió en Ciudad de México, se había ganado el título de «niño terrible del arte mexicano» por no formar parte de la escuela de los grandes muralistas de la época, como Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros; pero lo anterior será motivo de posterior análisis en otra entrega de Hora 14.