Corrupción galopante
¬ Augusto Corro jueves 28, Oct 2010Punto x Punto
Augusto Corro
La corrupción en México crece, incontenible, año con año. En el 2009 ocupábamos el sitio 89, en 2010 nos encontramos en el 98 en una lista de 178 países. Esa ubicación en la tabla de posiciones refleja el grado de impunidad en el que vivimos.
Los datos son parte del Indice de Percepción de Corrupción (IPC) que realiza anualmente la organización denominada Transparencia Internacional (TI). Además, entre otras consideraciones, también señala que en nuestro país cada vez somos menos democráticos.
En términos generales, esa clasificación mundial no es nueva para los mexicanos que enfrentamos, diariamente, toda clase de corrupción en los actos de una vida cotidiana que vive en la constante de recibir y dar “mordidas” (dádivas) por toda clase de servicios, beneficios o comodidades.
Es común untarle la mano a un agente de tránsito; obtener favoritismos en los convenios para la construcción de un edificio, o las triquiñuelas para burlar las licitaciones, no se diga el fraude en el pago de los impuestos y convertir el uso del suelo en lo que mejor le convenga sin tomar en cuenta las protestas de vecinos. Las autoridades saben bien que lo que exigen las reglas de la corrupción. Este mal es moneda corriente en las cárceles de todo el país. Todo mundo lo sabe. Ahí se tiene que repartir dinero para entrar y salir, introducir alimentos y lo que usted, amable lector se imagine.
La corrupción se extiende a todos los niveles sociales, entre los notorios se registra el sector público. Los representantes de la ley conviven con los vendedores de artículos piratas. En consecuencia la impunidad se convierte en su compañera permanente. En fin, no acabaríamos de señalar ejemplos de lo que presenciamos en nuestra vida diaria. Los aceptamos y nos colocamos en condiciones de convertirnos en corruptos.
Actualmente, México enfrenta una de sus peores crisis sociales derivadas de la lucha del gobierno panista federal contra el crimen organizado. Un enfrentamiento en el que las autoridades no encuentran la salida. La corrupción constituyó una base importante para desarrollo de la delincuencia. La impunidad, su pareja inseparable, también crece al parejo.
Sabemos, pues, que México es un país de corruptos que ahora es marcado por el peor índice de corrupción en los últimos diez años. Y la verdad sea dicha, no se ve por dónde empezar para combatirla, erradicarla o disminuirla.
Sin embargo, se supone que las autoridades deben actuar inmediatamente para evitar que el país se hunda más en la corrupción que de manera drástica frena su desarrollo integral: político, económico y social. Llevará su tiempo volver por el buen camino y mientras más pronto actúe será mejor para todos. Si ya recibimos la etiqueta de corruptos, ahora a quitárnosla. Este debe ser nuestro propósito fundamental. No olvidar que vamos en el mismo barco.
CADA QUIEN POR SU LADO
En el Senado están contentos por la edición de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos en náhuatl. A punto de llorar de alegría, los legisladores anunciaron que ahora sí los indígenas contarán con un texto en lengua indígena para entender mejor las leyes mexicanas. Más vale tarde que nunca.
¿De qué sirve conocer la Carta Magna si es difícil que se aplique? ¿Basta entenderla para librarse de las injusticias de los gobernantes prepotentes, de los jueces abusivos o de las policías arbitrarias? A todas luces es incongruente la actitud y acciones de los senadores. Estos aprovechan los festejos del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución para beneficiar su imagen, francamente deteriorada.
Resulta que los legisladores se ufanan de la presentación de la Carta Magna en náhuatl para defensa de los derechos de los indígenas. El hecho constituye, según los interesados, en un ejemplo fehaciente de inclusión social y del carácter pluricultural y pluriétnico de México.
Se trata pues de un acto falso que a nadie convence. Los indígenas no necesitan empaparse de conocimientos sobre las leyes en su dialecto o en su lengua. Lo que necesitan es ser escuchados para recibir los beneficios de la justicia.
A 200 años de la independencia de México, al fin se logra un texto de la Constitución que será entendido y comprendido por los indígenas, aunque este nada más les sirva de adorno.
La actitud de los senadores es superficial y mediática, vamos a los hechos. En Oaxaca, la etnia triqui fue diezmada por paramilitares relacionados con las autoridades estatales.
La etnia triqui optó por un municipio indígena autónomo y esto provocó la ira de las autoridades. Empezó una guerra contra los indígenas en la que han perecido más de 20 personas.
La tragedia de la etnia triqui se conoció en todo el país. Los propios indígenas realizaron manifestaciones en Oaxaca, en el Distrito Federal y nunca fueron escuchados. No se notó la presencia de los senadores. Estos prohombres que se dicen salvadores de la patria, pero que no miran hacia abajo donde se encuentran las etnias indígenas víctimas de la voracidad de los gobernadores, de los aprendices de Hitler, genocidas intocables en pleno siglo XXI.
De ahí que la actitud de los senadores encuentre su lugar en la demagogia y la falsa postura. Y si se recorre el mapa de las etnias en el país, es fácil darse cuenta las condiciones infrahumanas y llenas de injusticia en las que se viven, por ejemplo, en Chiapas, Querétaro, en las huastecas, por todos lados.
Doscientos años después de la cacareada Independencia de México, quienes forman parte de los pueblos mesoamericanos no disfrutan aún de mejores condiciones de vida. No tendrán para comer, para conseguir tortilla y sal para un taco, pero sí contarán con un texto en náhuatl de la Constitución, el libro más violado de México.
Y los senadores se adornan y dicen que su intensa labor editorial ¿cuál?, no se agota con la traducción de la Carta Magna al náhuatl. Ni la burla perdonan los legisladores. Seguramente, la producción de libros es consumida por los doctos representantes populares, aunque su condición de lectores no la reflejan.