Ponernos a leer
Alberto Vieyra G. lunes 21, Nov 2016De pe a pa
Alberto Vieyra G.
México es la nación de este continente que ocupa el último lugar en materia de lectura, por debajo de Haití. Sí, leen más los haitianos.
México vive una catástrofe educativa que incluye también una catástrofe ortográfica.
Estudios recientes de la UNAM revelan que sólo el 9 por ciento de los jóvenes universitarios en el país conocen medianamente las reglas gramaticales y pueden escribir correctamente.
Pareciera que el 91 por ciento de los compatriotas siguen al pie de la letra aquella infame conseja de Vicente Fox de “No lean”.
En efecto, los politicastros no leen, y entre los sencillos habitantes son contados los que llegan a leer un libro o un periódico en buena parte de su vida.
Los maestros no leen y no saben escribir. ¿Qué les pueden enseñar a los alumnos? Claro que hay honrosas excepciones que son ejemplo a seguir.
Recordaré que entre 1988 y el 2000, este átomo de la comunicación asesoró en materia histórica, económica y de comunicación a casi una veintena de diputados federales. Me encontré con varios muy chindinguas que no leían ni la gruesa síntesis de periódicos que en ese entonces se hacía en el Palacio Legislativo. Muchos se dormían al leer algunas columnas periodísticas, otros eran muy atrabancados y hablaban hasta por los codos y daban la impresión de ser unos eruditos. El fuero constitucional es temerario.
Luis Donaldo Colosio Murrieta me encomendó, especialmente, a una legisladora novata de la LIV Legislatura, pues según él, jamás había hablado con un periodista. Ella presidía una comisión y era menester tener contacto con los periodistas de la fuente parlamentaria para la divulgación de las actividades de dicha comisión.
Le di las claves fundamentales y la legisladora sostuvo su primera conferencia de prensa a los dos meses de haberse estrenado como diputada. Sólo habló de lo que tenía que hablar. Después aprendió a decir mucho sin decir nada. Jamás metió la pata en sus declaraciones. ¿Por qué hago historia?
Porque la diputada priísta guanajuatense, Luz Elena Govea, me escribió en su derecho de réplica, después de nuestras publicaciones Los indios y los nopales y Colón y los indios, textualmente lo siguiente: “Me equivoque de palabras pero no de acciones no supe hilar mi discurso lo reconozco…”.
La señora diputada debió acentuar la palabra equivoqué y le faltaron algunas comas. Como se puede ver, en tan pocas palabras, se refleja la catástrofe ortográfica que vive la nación azteca.
Sí, a principios de este mes, la diputada Govea declaró que no concebía a los indígenas detrás de un escritorio o en cargos públicos y les recomendó que siguieran vendiendo nopalitos y artesanías en sus lugares de origen.
Le llovió en su milpita y admitió que lo mucho que ha hecho por los indígenas de Guanajuato se fue al suelo por su infame declaración. ¡Qué caros cuestan los errores! Pide la diputada que ya no se hable más de ella.
Y nosotros le pedimos que sea congruente con lo que dice y lo que hace o lo que hace y lo que dice, y le recomendamos leer La enciclopedia de la ortografía en español del escritor mexicano Emilio Rojas.