2018, hartazgo contra los políticos
¬ Armando Sepúlveda Ibarra miércoles 16, Nov 2016Deslindes
Armando Sepúlveda Ibarra*
Al seno del sistema de partidos de México estalló como una bomba el triunfo de Donald Trump, un personaje ajeno al statu quo y sus contubernios, a reserva de conocer sus intenciones reales, por surgir de la nada y convertirse en un símbolo de cambio y una repentina amenaza a la permanencia en el poder de los políticos tradicionales que intuyen, con este ejemplo, que si nace, se hace o revive de aquí a las elecciones de 2018 un aspirante a la Presidencia de la República que ilumine el escenario con imaginación y camino de certidumbres, alcance la comunidad entre la sociedad y despierte a los mexicanos de su letargo e indolencia con que han visto al país desmoronarse ante sus impotentes ojos por la ineptitud y abandono de los gobernantes, estarán perdidos.
Los repudiados políticos mexicanos les importa y preocupa más que de un momento a otro, como suele acontecer cuando un país decae por la ineptitud y abandono de sus gobiernos, salte a escena alguien con estatura y un arrastre popular que toque y remueva los sentimientos del pueblo, sume las voluntades y abandere de veras sus causas y les arrebate el poder caciquil, que el mismo arribo del señor Trump a la Casa Blanca con su paquete de odios y rencores que fueron útiles y decisorios de la campaña política contra los migrantes mexicanos, para ganarse a los racistas y las clases marginales y descarrilar a su contrincante demócrata, Hillary Clinton, valga decir: una burócrata demagoga y mentirosa, como su rival, con 30 años de gris carrera al servicio de los poderosos y enemiga abierta de los migrantes mexicanos, por si al gobierno priísta y sus socios de la dizque oposición les falla la memoria y añoran la clintonmanía.
Para quienes tenían miedo al desparpajo electorero del presidente electo de los Estados Unidos y soñaban con la continuidad del garrote conocido, sobraría recordarles que la frustrada aspirante a la Presidencia del Imperio, señora de la dinastía Clinton, “amiga de México”, según el peñato, votó en el Senado en su tiempo por la construcción del muro en la frontera con nuestro país y por la deportación masiva (asciende ya a más de dos millones de indocumentados) en el mandato de Barack Obama, otro maestro de la verborrea con las estrategias manipuladoras de la Programación Neurolinguística (PNL) y la hipnosis conversacional para atarantar a los escuchas con promesas y engaños y engatusar al señor Peña y compañía y a los “analistas políticos reflexivos” de ser los buenos de la película, haciéndoles maldades, para corroborar con esas acciones que las bravuconadas e intimidaciones de Trump contra los mexicanos, por verse aún en los hechos, ya las vienen cumpliendo los demócratas, quienes cuidan intereses globales con la misma perseverancia y pasión que los republicanos desde sus trincheras y relegan a las clases medias y a los pobres, igual que en México.
Todo viene a cuento porque el hartazgo de la sociedad mexicana contra la depredadora clase política, su abandono de los intereses de los gobernados durante las tres décadas de neoliberalismo, con el saqueo, la corrupción e impunidad imparables y campantes, puede organizarse en torno a un personaje para la elección de 2018, con el ejemplo del inusitado triunfo de Trump y su empatía con las emociones y fibras más sensibles de los estadunidenses afectados por las malas políticas de empleo y reparto de la riqueza –al margen de si cumplirá con sus intimidatorias promesas de campaña anti-migrante–, para echar del poder a los mediocres gobernantes, enderezar el rumbo del país y profesionalizar la política que, por muchos años, ha estado en manos devastadoras al servicio de los intereses más perversos de la plutocracia.
El triunfo de Trump trajo un giro a la adelantada sucesión presidencial, develó en el camino la novatez y falta de oficio de Peña y su clan íntimo para mover las piezas al comprometerse con el republicano con la torpe decisión de invitarlo a venir a Los Pinos y entrometerse así en la política estadounidense, al recibirlo como estadista e incluso con alfombra o tapete rojo y después arrepentirse ante el repudio nacional y de los demócratas y ponerse de rodillas frente Clinton y Obama, por un ansiado perdón al garrafal desliz, que nunca llegó: quedaron malparados ante unos y otros, como el “perro de las dos tortas”, a la espera de un milagro de San Judas que redima audacias de aprendices. Empero, donde sacudió más fue en las frágiles buenas conciencias de los personeros interesados en cruzarse la banda presidencial en 2018, con el mensaje iluminador de que si un improvisado en estas cuestiones arrasó con las esperanzas de la política tradicional de perpetuarse más en el poder con la misma receta de más de lo mismo o de jugar el dedo en la boca que lesiona a las mayorías y las desplaza de las decisiones de gobernar y de sus beneficios, también puede suceder en México.
A primera vista emerge para el anecdotario el cinismo de los belicistas Calderón-Zavala, de pretender como Bill Clinton instaurar con su esposa en la Casa Blanca allá y en Los Pinos por estos andurriales, una dinastía sin más mérito que haber servido desde la burocracia a los poderosos como siervos del gran capital, con una señora, Margarita, precandidata a la Presidencia por el PAN, con un intelecto elemental, beneficiaria del tráfico de influencias con las empresas familiares y esperanzada todavía la semana pasada antes del fatal martes ocho de noviembre en subirse a la cresta de la ola que llevaría a una mujer, a la frustrada Clinton, a la presidencia de los Estados Unidos –según confiaban los analistas políticos y periodistas de ambos países y del mundo, cerrando los ojos a las encuestas que dejaban entrever un empate técnico y hasta su derrota– para imitarla en Palacio Nacional con la banda cruzada al pecho.
Al momento, el triunfo de Trump, un belicoso racista que podría intentar cumplir sus promesas de campaña si los contrapesos allende la frontera le permiten desbarrancar a los Estados Unidos de Norteamérica con sus insensateces, o dejarlas para la historia de recuerdo como trampolín para alcanzar la Casa Blanca, torpedea la aspiración desvergonzada de los Calderón, autores intelectuales de más de 200 mil asesinatos y de más de 30 mil desapariciones con su estúpida “guerra contra el narcotráfico”, de reelegirse con todo y su gigantesca cola, pone a remojar barbas a los políticos tradicionales atrincherados en los membretes PRI, PAN y PRD y satélites para joderse al pueblo con la criminal simulación de servirlo y abre una nueva posibilidad, a lo mejor la última, para Andrés Manuel López Obrador, de encumbrarse, si domestica sus palabras, entra su discurso en la realidad y entiende el hartazgo de los mexicanos y su anhelo de cambiar el caduco y agónico sistema político mexicano, que sirve a unos cuantos con cuchara grande y abandona y asfixia a los más.
Charlatán o demagogo, como quieran llamarle, Trump capturó el sentimiento de los desplazados y los racistas y xenófobos de los Estados Unidos: de los abandonados, con una estrategia que alguien sabrá modelarla en México con intenciones aviesas o con sinceridad de buscar los cambios. Si revisamos las promesas de los candidatos triunfadores a la Presidencia de la República en nuestro país durante la etapa neoliberal, coinciden con las del señor Trump respecto de beneficiar a sus sectores donde sacó los votos del éxito, aunque todo por acá quedó en demagogia y burla a los nobles electores.
Schopenhauer decía que la democracia es como un tianguis donde uno puede escoger desde lo mejor a lo peor. A la sociedad de Estados Unidos de Norteamérica le tocó elegir entre los más malos candidatos en la historia reciente de país, entre el hartazgo de la mayoría al statu quo que, como en el caso de México, podría repetirse en 2018, con la disyuntiva de votar por algo distinto a los tradicional. Allí radica la fortuna.
*Premio Nacional de Periodismo de 1996