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Ramón Zurita Sahagún lunes 14, Nov 2016De frente y de perfil
Ramón Zurita Sahagún
La oferta lanzada por las autoridades mexicanas de poner precio a la captura de Javier Duarte de Ochoa habla de la peligrosidad de un sujeto que pudiese ser equiparable a la de los principales narcotraficantes o asesinos cuyos datos de captura han sido tasados en cantidades atractivas.
El poner al ex gobernador de Veracruz en esa tesitura solamente muestra la incapacidad de las autoridades mexicanas para encontrarlo, por lo que tienta la ambición de los humanos, para ver si de esa forma logra su captura o le aporta datos para ello.
La muestra de ello es que otro prófugo célebre, Guillermo Padrés Elías, prefirió entregarse para encarar las acusaciones que se le hacen, luego de andar libremente por territorio mexicano, sin que las autoridades lograsen su ubicación.
Fue el propio ex gobernador de Sonora, quien anunció su deseo de comparecer ante sus juzgadores y hasta lo hizo en uno de los principales noticiarios de radio, lo que desató, entonces sí, la parafernalia policíaca que mostró su gran capacidad de entorpecer las cosas.
Las fuerzas armadas tuvieron que ser llamadas en auxilio de las autoridades ministeriales, ya que el ex gobernador se encontraba protegido por la fuerza de dos abogados, mientras que un convoy de marinos y agentes policíacos fueron desplazados para enfrentar una posible resistencia de un hombre que iba directo a los juzgados a comparecer.
Así actúan las autoridades mexicanas, cuando saben que su incapacidad es tan grande que tienen que recurrir al uso de la fuerza para mostrar su poderío.
Eso sí, lograron un ahorro de quince millones de pesos con la entrega de Padrés Elías, por el que, hasta entonces, no había recompensa para su captura.
No sucede así con otro ex gobernador, Javier Duarte de Ochoa, quien desapareció como todos aquellos personajes que cuentan con los recursos económicos suficientes para hacerlo, cuando la justicia mexicanas se muestra inoperante para captura.
Duarte de Ochoa es un sujeto de bajo perfil que consiguió, mediante su sumisión, ser candidato al gobierno de Veracruz, todo bajo la protección de un poderoso padrino, el entonces gobernador, Fidel Herrera Beltrán.
Fidel tejió todo y se convirtió en el estratega de su campaña electoral, la que consiguió llevar a mejor puerto que la suya, ya que mientras Fidel ganó su elección con apenas un punto porcentual de diferencia, la de Duarte contra un adversario más poderoso le otorgó casi tres puntos de diferencia.
El de Nopaltepec consideró que Javier Duarte sería un gobernante sumamente maleable, ya que él mismo lo había moldeado, paso a paso, para convertirlo en su experimento político.
Fue su secretario particular, después, como gobernador lo convirtió en subsecretario de Finanzas, durante tres años, para que adquiriese la madurez suficiente para ello y más adelante lo hizo un efímero secretario, ya que de inmediato lo proyectó a una diputación federal, la que dejó para convertirse en abanderado del PRI al gobierno estatal.
La vertiginosa carrera política-administrativa de Duarte de Ochoa derivó en el gobierno estatal.
Una de sus primeras acciones fue la de convocar a todos aquellos jóvenes que se venían fogueando al mismo tiempo que él, al amparo de Fidel Herrera Beltrán y los promovió a los principales cargos, a cambio de su lealtad.
De esa manera eliminó la influencia que mantenía Fidel Herrera sobre personajes como Salvador Manzur (secretario de Finanzas), Alberto Silva Ramos (secretario de Desarrollo Social y vocero del gobierno estatal), Adolfo Mota (secretario de Educación), Jorge Carvallo (secretario de Obras y secretario particular y líder del Congreso local), Eric Lagos (secretario de Gobierno), Edgar Spinoso (subsecretario en Finanzas y oficial mayor en la secretaría de Educación), Tarek Abdalá Saad (Tesorero).
Pero Duarte de Ochoa se hizo de su propio equipo entre los que destacaban Gabriel Deantes Ramos (primo de Alberto Silva), Vicente Benítez, Juan Manuel del Castillo, a los que encargó diversas tareas, todas relacionadas con el dinero público.
Con estos personajes, Duarte de Ochoa eliminó la influencia de Fidel Herrera Beltrán, con quien hizo crisis cuando no dejó pasar al vástago., Javier Herrera Borunda como candidato a diputado federal.
Ya convertido en un poderoso personaje económico, que no político, Duarte de Ochoa intentó introducir como su sucesor al llamado “Cisne”, Alberto Silva Ramos, después de romper con los dos principales aspirantes a sucederlo, los senadores Héctor y José Yunes.
El esquema original de la sucesión había quedado destrozado cuando, Salvador Manzur, el proyecto original había sido pillado en una acción sucia de derivar dinero gubernamental de los programas sociales, condicionado a los votantes de su partido (PRI).
Manzur salió del esquema original y tuvo que conformarse con ser delegado federal de Banobras, provocando el cambio de planes y la entrada de Silva Ramos al escenario estatal.
En tanto sucedía eso, Duarte de Ochoa era acusado una y otra vez del saqueo de las arcas estatales, el enriquecimiento suyo y de sus principales colaboradores, lo que se convirtieron en ostentosos personajes, dueños de fortunas incalculables, por lo que requería de protección.
De esa forma, Jorge Carvallo, Edgar Spinoso, Eric Lagos, Adolfo Mota, Tarek Abdalá y Alberto Silva, fueron promovidos a una diputación federal, para darles el fuero necesario y la protección requerida en caso de contingencia.
Vicente Benítez y Juan Manuel del Castillo, lo lograron a nivel local, al insertarse como diputados al Congreso local.
Con todo y ello, Tarek Abdalá fue inhabilitado por diez años.
Sin embargo, de ese grupo compacto que manejó a su antojo la política y las finanzas de Veracruz durante casi seis años, el único con orden de aprehensión es Javier Duarte de Ochoa, por quien se ofrecen 15 millones de pesos por datos que llevan a su captura.