Calderón en pintura
¬ Juan Manuel Magaña miércoles 9, Jul 2014Política Spot
Juan Manuel Magaña
Nunca fueron pocos los que en su momento pensaron que Felipe Calderón era mentalmente deficitario para actuar el rol que los verdaderos dueños de este país le impusieron: dizque presidente. Pero así como ahora, el monopolio televisivo -ese que los legisladores han confirmando ya como dueño de la opinión pública en este país- fue capaz de taparle todos y cada uno de sus defectos.
Los conductores, que por lo general apuntan el cañón de la televisión contra opositores -o de plano los vetan y los borran de la pantalla, como ocurrió con el panista Santiago Creel-, a Calderón le quemaron incienso, le aplaudieron sus decisiones y fueron incapaces de tocarlo con el pétalo de una crítica. Igual que a su mujer, en quien, háganme el favor, veían hasta posible que fuera candidata presidencial, y lo mismo con Juan Camilo Mouriño, el favorito de Calderón, exhibido en conflicto de interés y como traficante de influencias.
Calderón no tenía capacidad intelectual, ni emocional, ni moral, para que lo sentaran en la silla, pero así lo prefirió una oligarquía que vio en él la única utilidad que podría tener para ella: la de ser un estorbo, la de estorbar los cambios que de otro modo vendrían con la llegada de Andrés Manuel López Obrador al poder.
Decimos todo esto porque “El Universal” publicó ayer un reportaje que pinta a Calderón de cuerpo entero. El tipo mandó aplicar mil 368 encuestas que tuvieron un costo de 275.7 millones de pesos (en este mar de pobreza), cantidad con que “la Sedesol construía en ese tiempo 40 mil pisos firmes para mejorar viviendas”.
Dice el texto: “En las 40 mil preguntas realizadas, según el cálculo hecho a partir de las encuestas obtenidas vía Ley de Acceso a la Información, se advierte que Calderón tenía fijación por medir la popularidad de adversarios políticos, como Enrique Peña Nieto, Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard. Cada vez que uno de ellos realizaba alguna actividad pública de resonancia, Presidencia hacía un estudio”.
El reportaje hace bien en recordar algo publicado por el periodista Julio Scherer: el hecho de que en una carta que envió Carlos Castillo Peraza a Felipe Calderón en octubre de 1997, seis meses antes de su salida definitiva del PAN, lo describía como una persona insegura y dudosa al momento de tomar decisiones. Castillo le decía al futuro general de una guerra fracasada: “Mudas constantemente de opinión, tardas en tomar decisiones, das marcha atrás, no escuchas puntos de vista de tus colaboradores”.
También se cita a Rafael Giménez Valdés, coordinador de Opinión Pública el sexenio pasado, que “cuenta que su ex jefe sí era una persona con momentos de dubitación, pero ‘él no quería ser un Presidente de lucha contra la inseguridad, quería ser recordado por un cambio económico en el país; sin embargo, cuando llegó el momento de tomar la decisión que iba a ser la más trascendente de su gobierno se fue con todo’”. Y eso que no quería, su decisión le costó cien mil muertos al país y contando. Qué tal si hubiera querido.
El caso es que el tipo “gobernaba” obsesionado con lo que hacía o decía AMLO, Peña Nieto y Ebrard. Pero en el colmo, preguntaba con frecuencia cómo era visto el papel de su mujer y de Mouriño, y hasta por una verdadera estupidez: si el cantante Kalimba era inocente en aquel caso de abuso sexual en que se vio involucrado. Háganme el favor.
Recuerdo una expresión del huidizo “subcomandante Marcos” cuando los poderes informales estaban sentando a Calderón en el poder: “es un enano mental”, advirtió. Y no exageró, pero esa clase de defectos los sabe disimular muy bien la televisión. Y este es el peligro en que ahora vive México.
Estas obsesiones muestran a Calderón mejor que la costosa pintura de 60 mil dólares que hizo de él -de pie, recargado sobre la escultura de José María Morelos y Pavón y con un parecido a Homero Simpson- el pintor ecuatoriano Santiago Carbonell.