Rompedietas de pesadilla
Francisco Rodríguez lunes 9, Sep 2013Índice político
Francisco Rodríguez
SIEMPRE A DIETA… Y el día que la relego, ¡pago caro las consecuencias! Me sucedió anoche. En lugar de la ensalada de vegetales con insípido queso cottage, le entré duro a los tacos de suadero. ¡Grasosos, bien salseados y deliciosos! Mi penitencia ante tamaño pecado, fueron un par de pesadillas.
La primera me despertó por ahí de las 2:30 de la madrugada. Y es que veía a Diego Fernández de Cevallos capturado por un comando militar o paramilitar. Y que uno de sus raptores calzaba huaraches para dejar huellas “como de campesino”.
Acto seguido, Fernández de Cevallos aparecía en una mazmorra oscura y pestilente, donde era interrogado por los mismos uniformados:
— ¿Dónde guardas los archivos? –le preguntaban.
— No te voy a decir, respondía altivo el queretano. Y ante su negativa, le ponían una bolsa negra, de esas como de basura en la cabeza, para impedirle la respiración. Para repetir la pregunta y la tortura una y otra vez, a lo que jadeante el ex senador respondía siempre con insultos.
Recuerdo que el mal sueño era “a colores”, muy parecido al technicolor que las productoras hollywoodenses tiraron a la basura por irreal. Una muy pequeña ventana en uno de los muros del calabozo dejaba ver un lago… muy parecido al de Valle de Bravo, pienso ahora.
También le decían algo así como “falta de respeto al mero mero”… y palabras aisladas como “Collado”… “Salinas de Gortari”… “pa’ que aprendas a respetar”, “tus hijos”… “silencio”… “pagar caro”…
Me desperté sobresaltado cuando Fernández de Cevallos se dirigía a mí, en una toma que iba del medium shot al close up y me decía, con los ojos vítreos, fijos sobre mí: “tú sabes quiénes son los que me dan por ‘desaparecido’, no te hagas… son los mismos que hoy guardan silencio… los que te han silenciado a ti”.
Palabra que literalmente salté de la cama. Y mientras me dirigía al baño a lavarme la cara, por supuesto que me recriminé la jericalla que, tras los tres tacos de suadero y la gordita de chicharrón con guacamole, me habría recetado como postre apenas cuatro horas antes.
Regresé al dormitorio y a los malos sueños. A seguir purgando la penitencia a mi glotonería. Porque poco antes de despertar, por ahí de las 5:20 de la mañana mi subconsciente procesó otra pesadilla.
Ahí me tiene usted ahora de testigo fantasma, invisible, de lo que acontecía horas antes de que la Procuraduría de Justicia del Estado de México encontrara “entre los colchones” el cuerpo sin vida de Paulette.
Veía un departamento a oscuras. En las calles, que se dejaban ver tras ventanales varios pisos abajo, tampoco había luz. Y oía el rechinido de una puerta. Y que a través de ella entraba un grupo de personas, quienes procurando no hacer ruido, habían dejado el cuerpecito de la niña al pie de una pequeña cama.
— ¡Qué ca…. el jefe, no’más porque trae pleito con el procu hace estas chin….! –escuchaba yo una voz, pero no veía el bulto de la que provenía.
— Sí, ¡carajo! -decía otra de las voces de mi mal sueño-, dice que es un ca…. a quien hay que quitar de en medio. Con esto, se va a ir derechito a la goma. Anda diciendo que es asesinato. Y la niña va a aparecer en su camita, ja, ja, ja.
— ¡Chale! ¿Quién iba a decir que esta bebita estaba bien guardadita en Iztapalapa? Y nosotros en la búsquela y búsquela por acá.
— ¿Y tú quién crees que se la echó? ¿El papá, la mamá o las nanas?
— Pues yo creo que fue…
Beeeeep. Beeeeep. Sonó mi despertador. Sucede todas las veces. Me despierta el relojote, justo cuando voy a sacarme la lotería, ligarme a Susan Sarandon o enterarme de un chisme como el de aquella madrugada. La del apagón.
¿Cuándo “me tocan” otra vez los tacos de suadero? ¿Cuándo voy a ponerle en su mamacita a la dieta?