¿Qué vamos a celebrar? (II)
¬ José Antonio López Sosa viernes 21, Dic 2012Detrás del Poder
José Antonio López Sosa
La celebración está lista, en casi todas las casas está lista y organizada la “cena de navidad”, en unos casos familias enteras se aglutinarán haciendo de esta celebración una de las únicas fechas en que conviven conocidos que suelen ser desconocidos, en otros casos pequeñas familias celebran por el puro gusto de estar juntos, también existen las personas solitarias que se deprimen por no tener con quién celebrar.
Esta depresión provocada por el impacto sociológico de que “forzosamente, hay que celebrar algo”, el caso que resulta “más triste” y un ejemplo que siempre ronda en las mesas navideñas, es el de la gente que no tiene recursos ni para hacer una cena, “pobre gente” y lo confirmo, pobre gente no porque no tenga los recursos para su cena, sino porque a pesar que la misma sociedad en muchos casos los tiene al borde de la miseria, les vendió –y ellos lo adquirieron fácilmente—la idea de que “hay que celebrar”, entonces imaginemos las dimensiones incuantificables de la frustración por no celebrar como todos lo hacen, regalar como todos lo hacen y en muchos casos derrochar como todos lo hacen.
La noche del 24 de diciembre, ¿en realidad sabemos qué celebrar?, ¿a qué asistimos a celebrar?, o ¿a quién celebramos?, ¿a nosotros mismos?, ¿a nuestras olvidadas o queridas familias?, ¿a nuestras alegrías o nuestras tristezas?, ¿a la celebración misma?, ¿verdaderamente el nacimiento que anunció uno de los libros de La Biblia?, ¿por imitación?, ¿por convicción?, ¿por convencimiento o por obligatoriedad?
La mesa está puesta, me quedé impávido pensando en las dudas, debo confesar que sigo sin resolverlas pese a que soy yo mismo el autor de esta crítica, quiero decir, no por hacer una férrea crítica quien redacta estas líneas está fuera de contexto o no se deja convencer por todo lo que supone ser la celebración navideña.
Quizá el sentido más importante que hallo es el familiar, aunque muchas veces también tiene un tinte leve o intenso, de hipocresía u obligatoriedad, depende el ser y la circunstancia.
Ayer fue el famoso brindis navideño en casi todos los centros de trabajo, escuelas, lugares de reunión o cualquier otro espacio que solemos compartir con otras personas que no necesariamente son parte de nuestras familias. ¿Cuántos abrazos dimos sin realmente tener nada que desear por tal o cuál persona?, ¿cuántos abrazos y buenos deseos dimos con un dejo de hipocresía y/o compromiso?, ¿cuántos abrazos nos faltan por dar la noche de hoy, que seguramente serán también sin la sinceridad que aparentan?.
No con estas líneas trato de insultar a todo aquel que da un abrazo de navidad diciéndole hipócrita, pero en verdad resulta imposible dada la condición humana de un día a otro transformarnos en entes bondadosos y de infinito buena lid hacia todo aquel que se cruza frente a nosotros.
¿Qué nos queda por hacer?, la navidad es un rasgo más que una festividad religiosa, resulta una condición sociológica y psicológica impulsada sobre todo por un mercantilismo brutal que tiene un supuesto tinte religioso y familiar pero que en el fondo carece de un sentido total.
No se trata de clausurar esta tradición de un día a otro, simplemente sirvan este par de entregas para que cada uno de nosotros hagamos una reflexión exhaustiva de qué estamos celebrando, por qué lo estamos celebrando y qué tan cierto o falso es el sentido de esta celebración en la que participamos de forma voluntaria o involuntaria.
La felicidad es una condición que debiera desearse a diario y no necesariamente un 24 de diciembre por la noche y más que eso, desearlo no contribuye a nada, lo importante es luchar por todo aquello positivo –donde se incluye la felicidad por supuesto—,con acciones y palabras que valen mucho, pero mucho más que los buenos deseos.
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